Cuando sufrimos por algo, nos solemos decir abrumados: ¡Esto no puede seguir así, esto tiene que cambiar! A pesar de esta necesidad verdadera de cambio, nos resistimos a dar cabida a la búsqueda de soluciones nuevas.

   Finalmente prevalecen los sentimientos y los pensamientos que ya se tenían antes de la búsqueda y casi con el mismo apego, aunque nos sigan haciendo sufrir. Nada cambia entonces en nuestra vida sustancialmente, ¿por qué?

   Es que nuestra mente actual sólo suele aceptar, como nuevo, lo que matiza o aumenta la información que ya posee y que le sirva además para vivir mejor la vida que estaba llevando. Sabe el homínido que hay que cambiar más, pero siempre interpreta que el cambio es para mejorar lo que ya tiene y como lo tiene, sobre todo por miedo a lo desconocido. ¿Cómo se sale de esta trampa?

   Para explicar el “¿por qué?” y para encontrar la salida, se me ocurre el ejemplo natural de la semilla que se siembra. Ésta lleva dentro de sí un cúmulo de información, por el que resucitará como una semilla nueva consumada en el fruto, pero éste moraba ya como promesa futura dentro de la primera semilla.

   Para ello, la semilla sembrada tiene que pasar por muchas etapas, siendo una de ellas romper la tierra que la envuelve para ser tallo. Es en ese cambio de dimensión donde empieza un camino singular. Vivía antes con sólo los dos elementos tierra y agua, pero si rompe la cáscara sólida que la ciega, se abrirá al aire y al fuego en vida plena. Creo que todo esto no está ocurriendo con la semilla humana.

   El homínido se empeña sólo en echar raíces terrestres inútiles y no se atreve a ser tallo y mirarse en el cielo donde mora la Conciencia Cósmica. Sabe que hay algo más allá del empeño con el que envuelve su vida; pero se queda ahí, sin conocer el fuego y el aire, que le motivan desde más allá.

   Se conforma con el sentimiento de amor contenido en el agua que encuentra, en su paso de raíz errante, por la tierra que lo aprieta. No puede conocer entonces al amor cósmico que mana del fuego envuelto en el aire. Para vivirlo, tiene que levantar su mirada y querer ser tallo.

   Valdría para muy poco entonces lo que sabemos y lo que hemos acumulado hasta ahora. Aún peor, lo que está ocurriendo actualmente es que lo falsamente nuevo se está mezclando con lo pasado social y personalmente caduco, generándose así una mezcla potencialmente destructiva.

   La solución real y verdadera de los problemas de la Humanidad no se alcanza con los métodos que se están empleando. Hay que purificarse primero de la proliferación de tantas raíces terrestres caducas, que se han ido acumulando, y ser tallo para ver el azul del cielo.